En el deporte, aprender a tolerar la frustración me resulta imprescindible, ya que estamos expuestos constantemente a situaciones que no podemos controlar. Este desafío es especialmente importante para los jóvenes que están en pleno proceso de desarrollo deportivo y personal, enfrentándose a diario a momentos difíciles: perder un partido, no conseguir que nada salga bien en un entrenamiento o sufrir decisiones arbitrales controvertidas.
Una definición que me gusta mucho es la que escuché a Toni Nadal, tío y entrenador del tenista Rafa Nadal: él definía la frustración como una sobrevaloración de los propios recursos, es decir, como ese sentimiento que nos invade cuando pensamos que podemos dar más de lo que realmente mostramos en un momento dado.
Desde la psicología deportiva, cuando hablamos de tolerancia a la frustración nos referimos a la capacidad para aceptar las emociones desagradables sin dejar que nos dominen. La frustración no tiene por qué ser necesariamente negativa; de hecho, puede convertirse en una gran aliada si aprendemos a utilizarla para detectar en qué debemos mejorar.
En el día a día de un joven futbolista, aparecen muchas oportunidades para entrenar esta capacidad. Por ejemplo, cuando un niño lleva varios partidos sin salir de titular, cuando comete errores consecutivos durante un partido o cuando el árbitro sanciona una falta que consideramos injusta.
En la vida real, abundan los ejemplos de deportistas que han tenido que aprender a convivir con la frustración. Uno especialmente llamativo es el de Simone Biles, la gimnasta estadounidense que en los Juegos Olímpicos de Tokio 2020 decidió detener su competición y cuidar su salud mental porque la presión y la frustración le estaban afectando demasiado. Otro caso es el de Carlos Tévez, quien tras una Copa América reconoció haberse “venido abajo” después de perder la final, hasta el punto de cuestionarse si debía seguir jugando al fútbol.
Entonces, ¿cómo podemos entrenar la tolerancia a la frustración? Aquí algunas ideas prácticas que suelo compartir:
- Normalizar el error: Hablar abiertamente sobre la importancia de equivocarse, para que los chicos pierdan el miedo a fallar.
- Técnicas sencillas de autocontrol: Aprender a respirar, utilizar autodiálogos positivos (“me equivoqué, pero puedo mejorar”) y realizar ejercicios de atención plena para centrarse en el presente.
- Visualizaciones: Preparar mentalmente situaciones difíciles, para poder reaccionar mejor cuando ocurran.
Es importante recalcar que estas técnicas deberían practicarse bajo la supervisión de un profesional especializado, como un psicólogo deportivo, que puede adaptarlas y acompañar el proceso individual de cada deportista.
El rol de padres y entrenadores también es clave. Más que dar consejos rápidos o restar importancia a lo que sienten los niños, lo realmente efectivo es escuchar y validar: “Entiendo que estés molesto, cuéntame qué pasa”. Además, es fundamental predicar con el ejemplo, mostrando una gestión adecuada de las emociones en los momentos complicados, porque los niños aprenden mucho más de lo que ven que de lo que les decimos. También es vital dejarles tomar sus propias decisiones y aprender de sus errores sin intervenir constantemente cada vez que surge un problema.
En definitiva, la tolerancia a la frustración es una habilidad que se puede entrenar. Cada reto frustrante puede ser una oportunidad para crecer, y aprender a gestionarlo no solo prepara para afrontar el deporte, sino también para superar las dificultades de la vida. Por eso te invito a reflexionar: ¿qué es lo que más te frustra cuando haces deporte y cómo has aprendido a manejarlo? Abrir ese diálogo es el primer paso para seguir creciendo.